Abrazo eterno
Por Yugdanis Vicet Gómez
Quiso
el destino que Santiago fuera el primer lugar lejos del calor hogareño donde
viviera el niño Fidel, su segundo universo; comenzó así la historia de amor nunca
antes vivida entre una ciudad, su gente y un hombre. No existe nada más
importante en el futuro de un ser humano que las huellas traídas desde la
niñez, los primeros edificios, las primeras calles pavimentadas, la pobreza
urbana vista por primera vez, y aun así la hospitalidad de una ciudad que lo
acogió y se asieron el uno al otro, sin saber que la unión era definitiva.
Luego
la capital ampliando el universo del adolescente, pero en lo profundo de donde ni siquiera su voluntad podía
arrancarlo estaba Santiago, por eso ya hombre comprometido, cuando no le
quedaba a sus ideas otra opción que cargar contra el tirano, buscó aquí la vida o la muerte, porque eso
fue el Moncada, y él lo sabía, volvió como para estar cerca de los brazos de
una madre en el trance difícil.
Santiago
orgullosa lo vio gigante y lo acogió en sus cordilleras, dio sangre de sus
hijos para cuidarlo y se levantó con su pueblo por delante, aquel treinta de
noviembre para que otros de igual temple murieran por él y abrigaran su
regreso, lo supo y la retribuyó con la victoria, borrando el viejo puñal
clavado en el constado desde el noventa y ocho.
Él sí entró
a Santiago con barba de Sierra y arroyo, la frente de hijo pródigo y la besó en su seno, haciéndola heroína y le dijo “yo vuelvo” desde aquellos días de
júbilo y futuro prometido la ciudad y su gente lo sabían, sin saberlo, pero lo
sabían.
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